De unos años a esta parte mi trabajo personal se basa en las nuevas nociones y valores que el budismo me ha revelado con respecto a la realidad y nuestra percepción de la misma. El enfoque hacia la resolución de conflictos es diferente y exclusiva (no por mejor, mas por peculiar), siendo más complicado relacionarse con alguien a través de esta perspectiva, por ende si la persona amada no entiende y/o no comparte estos conceptos. Además de carecer por mi parte (evidentemente!) del grado iluminatorio necesario para moverme dentro de los parámetros establecidos por su polisémico y mayúsculo hermano, esta razón me obliga a toparme forzosamente una y otra vez, con el amor en minúsculas.
En mi proceso actual estos encuentro me producen gran desasosiego, en cuanto que cada vez me sitúo más alejada de los márgenes dentro de los que otras personas transitan el terreno amatorio y notoriamente en lo que a tomar compañero/a se refiere.
En esta realidad dual amamos, sin lugar a dudas, desde nuestro ego filtrando el amor romántico por todos nuestros traumas, neurosis y valores impuestos por cánones sociales/culturales/morales/religiosos. Con ello, conseguimos etiquetar al amor como la fuente de nuestras mayores desdichas. La perversa emoción que tarde o temprano pasará factura por aquello con lo que en los momentos sublimes nos obsequió.
Y, para evitar “La Dolorosa” intentamos controlar la situación, o más bién, al objeto de nuestra proyección emocional. Para ello, demandamos del otro que deje de ser él mismo, porque necesitamos una persona predecible, por excelencia controlable. Pedimos que deje de fluir y que focalice su atención exclusivamente en nosotros, para evitar cualquier tentación que le evidencie que las posibilidades son infinitas y que la realidad es voluble e impermanente. Es decir, le sacamos de su centro para convertirnos en el núcleo de su vida. A cambio, porque en este amorcillo siempre hay trapicheo, nuestra propia mutilación plus promesa de amor eterno (fiel por cierto), tan falsa como la vida que vivimos (aunque esto último lo obviemos con tal de no tener que enfrentarnos a nuestros mas oscuros demonios).
Amamos suicidando nuestro Ser en beneficio de nuestro ego, en vez de trascender el ego en favor de nuestro Ser para poder ejercer el AMOR.
Lo peor… nos engañamos, haciendo como si con toda esta parafernalia hubiésemos sido capaces realmente de ahuyentar a esos torturadores (como si por no hablar de la muerte no nos fuéramos a morir!!!).
Lo retorcido… en el fondo sabemos que alguno de esos malévolos personajes tiene la nota de la cuenta pendiente y que nos sorprenderá, de cierto, antes de abandonar esta vida.
Lo mas ingenuo… ¿de que me esta usted hablando?
Personalmente pienso que el AMOR está reservado para seres con un alto nivel de realización que dista del de la mayoría de los mortales. Pero también creo, que desde nuestro modesto nivel de conciencia podríamos alcanzar un grado de Amor que al menos tenga una capitular. Ni siquiera necesitaríamos ser budistas, bastaría con ser sinceros con nosotros mismos e intentar mejorar nuestras concepciones sobre el tema desde una óptica mínimamente racional.
En base a adquirir una capacidad madura de sentir el Amor y para poder explicar lo que ansío alcanzar, desde un punto ajeno al budismo (que no contrario ni dispar), me he puesto a darle vueltas a todos esos conceptos que me rechinan cada vez que los oigo y que forman parte de las relaciones interpersonales entre amantes.
Pareja, Relación intima, Fidelidad, Sacrificio/Acuerdo, Proyecto a futuro, compromiso…
Y parto indefectiblemente de la premisa compartida con J. Bucay de que:
El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable
de ayudar a otro para que sea quien es.
de ayudar a otro para que sea quien es.
(L.F.)
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